Unidad 1
Cuando Dios necesitó de un Pueblo
LOS COMIENZOS DEL PUEBLO DE DIOS
Haciendo una breve remembranza de la historia sagrada tengamos presente que Dios creó el universo, y de manera especial al ser humano. Que lo creó para vivir eternamente feliz. Pero el hombre mismo fracasó al descuidar su relación con Dios. Cedió a la tentación de dudar del amor y de la justicia de Aquel que le había dado la existencia. Un enemigo sembró en su corazón la desconfianza hacia Dios y lo llevó al terreno del resentimiento, le sembró odio y maldad en el alma.
Dios quiso rescatar al hombre de las garras del intruso malhechor, le dio tiempo para que comprendiera los alcances del pecado, y la desgracia que acarrea. Pero en este proceso el ser humano se debilitó moralmente. El enemigo nubló la belleza del carácter de Dios, y de este modo impidió la salvación de la humanidad en los primeros tiempos. Dios intervino con destrucción mediante el diluvio queriendo iniciar de nuevo. Pero nuevamente el ser humano fracasó moralmente y perdió de vista la inmaculada presencia de Dios. La familia, el grupo íntimo de cada ser humano, fue convertido en un campo de perversión cuando la humanidad dio rienda suelta a la sensualidad y a la tiranía de la desigualdad de género. No hubo quien educara con firme amor a los hijos.
De este modo, la esfera personal y familiar del ser humano había fracasado, y con ello, el ámbito social. Dios tenía que intervenir en los tres niveles para socorrer al hombre y librarlo de la esclavitud pecaminosa a la que estaba sometido.
La humanidad vivía bajo una sola idiosincrasia, y planeaban fortalecer su civilización perversa en abierta rebeldía contra las directrices divinas, haciendo un imperio mundial de malignas costumbres; bajo estas condiciones era imposible extenderle ayuda, se requería con urgencia la intervención celestial. Dios los dispersó por toda la tierra otorgándoles nuevos idiomas. De este modo la humanidad tuvo pluralidad de costumbres, todo de acuerdo con el clima, el trabajo, la alimentación, y la vida social que fueron adoptando. Cada civilización pensó su futuro, su prospecto social, se hizo a sus esperanzas y a sus métodos. También a sus creencias y a sus dioses. Todas las civilizaciones se olvidaron de Dios, y aunque la maldad se había restringido un poco, no se veía con claridad como hacer una obra de resocialización en la fe y en los principios divinos.
Entonces Dios escogió a un hombre de entre la imperfecta humanidad; a uno que, por sus cualidades, podría pulir y hacerlo idóneo para liderar una nación. Una nación justa y buena. Dios llamó a Abram, hijo de Taré, de la casta de los Semitas, la única línea genealógica que conservaba un poco la noción del Dios de amor que nos había creado. El Dios al que debemos obedecer y adorar como sólo Él lo merece.
Dios sacó a Abram del territorio de sus parientes, para iniciar con él una nueva nación. Una nación que no estuviera viciada por costumbres idólatras y profanas. Dios le indicó que se estableciera en la región fértil cercana a la ciudad de Hebrón, por eso se llegó a conocer como “Abram, el hebreo”, y sus descendientes también tuvieron ese gentilicio; “los hebreos”.
La promesa de Dios para Abram, era hacer de él, una nación grande, santa y bendita. Próspera y feliz. Pero él y su esposa debían confiar en Dios, y obedecerle; esta era la única condición. Dios se relacionaba con ellos, pero no les daría todo a pedir de boca. Ellos requerían fortalecer su fe en Él.
Así que el tiempo serviría como instrumento de prueba, se requería tiempo para educarlos y adiestrarlos como hijos de Dios. Antes de darles un hijo, ellos debían estar preparados para la importante tarea de ser padres de una nación santa, un pueblo fiel a los principios que rigen la vida de los hijos de Dios.
Este aprendizaje fue lento; el diablo se interponía y les creaba dudas: ¿Por qué no habían tenido hijos… acaso no fueron llamados a ser padres de una nación? Y fueron inducidos a solucionar el problema por sus propios medios, la bigamia se convirtió en solución para el aparente problema de esterilidad de su esposa. Abram, a quien Dios ya le había cambiado el nombre por el de: “Abraham” con la promesa de que sería “padre de multitudes” envileció su hogar.
Una segunda mujer, en medio de la pareja, con un hijo que no podría ser educado como Dios ordenaba, fue causa de infelicidad y de nuevos retrocesos en su preparación para ser líderes de una nación Santa.
Dios tuvo que llevar a Abraham hasta los límites de lo que un hombre puede soportar. Habiéndole dado finalmente un hijo con Sara, le exigió sacrificarlo como ofrenda por su pecado. Abraham demostró, finalmente, que había aprendido a creer en Dios. El monte Moriah, fue testigo de su amor incondicional por su Creador. Y Dios le dio la certeza de sus promesas cuando impidió que sacrificara a su hijo Isaac.
El diablo no deponía sus artimañas contra la creciente nación, y trajo necedad a las familias hebreas, Isaac por ser paternalista con un hijo impetuoso e irreverente como Esaú, y después Jacob, cuyo débil carácter permitió que su hogar estuviera manchado por la poligamia y las perversas costumbres de la familia de Labán, su tío y suegro, a la vez.
Jacob, al marcharse por fin de las tierras de su suegro, viajaba hacia una vida de mejores condiciones para Dios educarlo como líder de la nación modelo que el mundo necesitaba con tanta urgencia. Dios entonces le aparece en el camino y le cambia el nombre, “Israel”, alguien que ha vencido, le dio el título de vencedor; sería de ahí en adelante el nuevo pilar que sostendría la causa de Dios. “Israel”, ese nombre nunca más debía de olvidarse en la historia humana. Porque el pueblo de Dios fue llamado para vencer.
No obstante, los retoños de Israel, sus doce hijos, estaban contaminados con pecaminosidades insospechadas. En sus corazones el maligno ya había sembrado la codicia, la avaricia, la rivalidad, los recelos, la lujuria y el rencor, a tal punto que lucharían entre sí por sus propios intereses. Y en medio de esta marejada de maldad, José, el hijo ejemplar de Israel sufriría el destierro y el horror de ser esclavo en una nación idólatra y concupiscente.
José fue vendido por sus hermanos, sólo la gracia de Dios pudo salvarlo en semejantes condiciones, y se demostró, que al menos, con este hijo; el patriarca Israel había hecho la obra que Dios nos pide a los padres de familia. José venció en la tentación. Estuvo preso y, aun así, fue fiel a los principios aprendidos a los pies de su padre. Esta fidelidad fue recompensada con el don de interpretar sueños. Y este don lo llevó a ser un gobernante sabio y reconocido en Egipto.
EL PUEBLO DE DIOS QUE CRECIO EN EGIPTO
La historia del pueblo de Israel comienza con la llegada de los hebreos a territorio Egipcio, cuando su ancestro José, hijo de Jacob, siendo gobernador del imperio, llevó a toda su familia a vivir a la región fértil de Gozén.
Allí, mientras José estuvo vivo, estuvieron bajo la protección del Faraón; pero después, cuando avanzó el tiempo, un nuevo faraón subió al trono y no quiso seguir brindándoles apoyo y comodatos a los descendientes hebreos.
Consultando a sus consejeros, decidió esclavizar a los israelitas, también quiso impedir que se multiplicaran, pues le dio el temor que algún día sus esclavos se rebelaran y se unieran con algún país enemigo, y tomaran el control del reino. Por lo tanto el faraón ordenó que todo varón que les naciera a las hebreas, fuera muerto. Fue así como les tocó vivir por mucho tiempo a la descendencia de Jacob.
Moisés, un líder elegido por Dios.
Hasta que una mujer llamada JOCABET, tuvo un hijo varón y no quiso entregarlo para que fuera asesinado. Lo escondió en su casa durante 3 meses sin que los egipcios se percataran colocarlo en una canasta flotante a la orilla del río, donde las mujeres del palacio acostumbraban pasear.
Del río al palacio.
Una hija del Faraón salió a bañarse al río y viendo aquella canasta pidió que se la llevaran para ver que era eso. Al abrirla encontró al precioso niño, y decidió adoptarlo como hijo suyo. Sabía que era un hebreo, pero creyó que los dioses le estaban regalando un futuro rey.
Moisés creció en las cortes del reino egipcio, y fue educado según las costumbres y leyes de ese imperio.
Cuarenta años después, fue elegido para ser el futuro faraón, pero él se negó a serlo, debido a que conocía su procedencia y en especial porque sabía que los dioses egipcios no eran dignos de la adoración que sí merece el Dios de los cielos a quien los hebreos adoraban. Para ser Faraón se debía adorar a los dioses y además debía proclamarse a sí mismo “dios”. Moisés no fue capaz de cometer tan vil pecado de blasfemia.
De niño Moisés, cuando fue encontrado por la princesa egipcia, fue cuidado por su verdadera madre, quien le enseñó a adorar a Dios, y le advirtió de la falsedad de los ídolos que los egipcios tenían. Además fue enseñado a reverenciar la grandeza del Dios de los cielos quien creó todo el universo, y la humildad de un verdadero hombre.
Moisés no fue elegido entonces como el nuevo faraón, y decidió ayudar a su pueblo tratando de alivianar las tareas que como esclavos debían realizar a diario. Cierto día que un capataz egipcio maltrataba a un esclavo hebreo, Moisés defendió al esclavo, y por luchar con el soldado lo hirió y éste murió. Esto causó que Moisés tuviera que abandonar Egipto. Y su pueblo quedó sin defensor y en dura servidumbre.
Moisés tenía 40 años cuando llegó a Madián. El Señor dirigió su camino, y encontró hogar en casa de Jetro, un hombre que adoraba a Dios. Era pastor, y también sacerdote de Madián. Sus hijas pastoreaban su ganado. Pero muy pronto las manadas de Jetro quedaron a cargo de Moisés, quien se casó con una de las hijas de éste, y permaneció en Madián durante cuarenta años.
La visión de la Zarza Ardiente
Mientras Moisés conducía la manada de ovejas por el desierto y se aproximaba al monte de Dios, es decir, a Horeb, "se le apareció el ángel de Jehová en una llama de fuego en medio de una zarza". "Dijo luego Jehová: Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores; pues he conocido sus angustias, y he descendido para librarlos de mano de los egipcios, y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, que fluye leche y miel. . . ven, por tanto, ahora, y te enviaré a Faraón, para que saques de Egipto a mi pueblo, los hijos de Israel"
Había llegado el momento cuando Dios trocaría el báculo del pastor por la vara de Dios, a la cual haría poderosa para el cumplimiento de señales y maravillas, para librar a su pueblo de la opresión y para preservarlos cuando fuesen perseguidos por sus enemigos.
Moisés aceptó llevar a cabo la misión. Primero visitó a su suegro con el fin de obtener su consentimiento para regresar con su familia a Egipto. No se atrevió a compartir con Jetro el mensaje que tenía para Faraón, por temor a que no estuviera dispuesto a permitir que su esposa y sus hijos lo acompañaran en una misión tan peligrosa. El Señor lo fortaleció y disipó sus temores al decirle: "Ve y vuélvete a Egipto, porque han muerto todos los que procuraban tu muerte". Así que moisés regresó a su casa y preparó el viaje.
Actividad
Busca en el libro de Éxodo, capítulos 3 y 4 las respuestas a las siguientes preguntas:
1. Elabora tu propia ilustración acerca del momento en que Dios habla con Moisés desde un arbusto en llamas y le pide que se quite las sandalias.
2. ¿Qué milagros le mostró Dios a Moisés para convencerlo de regresar a Egipto?
3. Enumera los motivos que tenía Moisés para no aceptar esta misión.
4. ¿Quién acompañaría a Moisés en la misión que Dios le encomendaba?
Moisés regresa a Egipto.
Cuando Moisés regresó a Egipto tenía ya 80 años, no obstante era un hombre fuerte, vigoroso, saludable, y estaba convencido de que el poder de Dios le acompañaría, y sin dudar fue con su hermano Aarón a pedir la libertad de los israelitas. Pero el faraón, se negó rotundamente a dejar salir a sus esclavos, y no tuvo temor de las advertencias que de Dios provenían.
Entonces comenzó la obra de Dios para darse a conocer como “Todopoderoso”; Dirigía a Moisés quien anunciaba los castigos que le sobrevendrían a los egipcios, y con la vara con que había dirigido el rebaño, ahora hacía milagros delante de faraón.
Actividad
Lee la historia de las plagas sobre Egipto, para responder el siguiente cuestionario. (Éxodo, capítulos 7 al 11)
1. ¿Cuál fue la primera plaga que cayó sobre Egipto?
2. ¿Qué animales creó Dios, que pueden destruir las cosechas, o causar enfermedades tanto en animales como en humanos?
3. Enumera en estricto orden las diez plagas con las que Dios demostró su poder ante los egipcios.
4. ¿En qué momento el faraón se doblega y permite la salida de los israelitas?
5. ¿Qué significado tenía la sangre puesta en los dinteles de las puertas de las casas de los hebreos?
EL SIMBOLISMO DE LA PASCUA
Un símbolo del futuro Salvador se les mostró a los hijos de Israel antes de salir de Egipto. Dios pidió que por cada familia hebrea se sacrificara un cordero, su sangre era la garantía de que no sería muerto el primogénito de las familias de su pueblo, con fe debían poner esta sangre delante de sus casas como protección ante el ángel de la muerte que pasaría cobrando la vida de los primogénitos en la tierra de Egipto. De este modo se les dio una vislumbre del Salvador del mundo, quien derramaría su sangre como garantía de la salvación de cada persona que ha vivido en armonía con los principios de Dios.
Este sacrificio es consecuente con las ofrendas que Dios estipuló desde el comienzo. Cuando Adán y Eva pecaron y se vieron desnudos se cubrieron con hojas, pero Dios les ordenó cubrirse de pieles de cordero, y allí mismo se instituyó el sacrificio de este noble animal como símbolo de la redención que se habría de ofrecer a través de Jesucristo. Tanto los Sethitas, como los semitas, continuaron ofreciendo los sacrificios a Dios. Hubo tanta claridad de la necesidad de estos sacrificios, que cuando Dios llamó a Abraham, le instruyó para que practicara permanentemente el ritual de modo que Abraham llegó a conocerse como el hombre de los altares, pues doquiera llegaba dejaba altares de piedra. De este modo sus hijos Isaac y Jacob, continuaron con el ofrecimiento de las ofrendas expiatorias. Pero cuando la descendencia de Jacob (Israel) fue puesta en esclavitud ya no pudieron seguir practicando su religión. Esta es la razón por la que el pueblo de Israel había descontinuado sus ritos; tanto el sacrificio como la santificación del día sábado.
Dios requirió la sangre de cordero en los dinteles de las puertas como un rito de reinicio de su verdadero culto; y todo aquel que quisiera hacerse partícipe de la nueva nación que Dios establecería debía ofrecer con fe las ofrendas que desde el comienzo fueron establecidas. Ninguno de ellos había visto como se celebraba la ceremonia expiatoria, pues durante cuatro siglos ningún israelita había podido sacrificar ofrenda alguna; De igual modo, la santificación del sábado había dejado de observarse, quien deseara participar con Dios de su nación escogida debería nuevamente observarlo. Pero este pedido Dios lo realizaría más adelante cuando salieran de los límites de la civilización egipcia.
En todo caso, se puede apreciar en estas dos demandas de Dios que la verdadera adoración tiene como base, en primer lugar, el reconocimiento de nuestros pecados sintiendo la necesidad de un Salvador que pague con su muerte por nuestras culpas, y en segundo lugar; reconocer que Dios es el creador de la vida, es el ser supremo, el eterno, el todopoderoso, el Dios de amor y de misericordia; y la única forma de hacer este reconocimiento es consagrando el tiempo sagrado.
Muchas personas tratan de evadir esta demanda de Dios, apelando al sentido común de los seres humanos, pues se arguye que para hacer este reconocimiento a Dios solo basta con declarar: “Creo en Dios” o simplemente rezar el credo católico, pero en esta actitud hay equivocación, pues el reconocimiento que Dios espera no es de labios, es con hechos. Dios espera mucho más que nuestras palabras, Dios espera nuestras acciones, espera que nuestra vida sea “una vivencia de lo decimos creer”.
APOLOGÍA DE LA MISION ECLESIASTICA
En el plan de estudios del área de Religión se ha contemplado una organización de los temas basado en las necesidades de los jóvenes según la edad promedio en la que cursan cada grado.
Para el grado sexto, el tema se enfoca en la persona, colocando un fundamento clave para la devoción cristiana, “el sentido de dignidad” que nace al reconocernos como hijos amados de Dios.
En el grado séptimo, se enfoca la familia como un modelo divinamente ideado para el desarrollo saludable de los seres humanos. Como una estructura en la que el ser humano aprende a convivir bajo el principio del amor, educandose para ser participe de una sociedad que necesita hombres y mujeres dispuestos a aportar todas sus capacidades (físicas, intelectuales y espirituales) para hacer de su comunidad: “un pedacito de cielo”.
Ahora, mientras cursas el grado octavo, nos enfocaremos en la vida eclesiastica. Que lleva nuestra devoción personal a la esfera social. A sentirnos partícipes de un pueblo que camina con seguridad y felicidad hacia las moradas celestiales. Partícipes de un pueblo que cree en ese encuentro total con nuestro Dios.
En este año, mientras vives tu etapa juvenil, lleno de vitalidad, tienes la oportunidad de adquirir conocimientos acerca de la misión eclesiástica. De como puedes coayudar en la obra de Dios con tus talentos, tus virtudes, y tus dones espirituales. Podrás escuchar el llamado de Dios que te invita, a que con tu vida, le honres y le seas útil para fortalecer a tu comunidad en el amor, en la fe, y en la esperanza de un mundo mejor.
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