"Creyente en Dios, no fanático; educador"

Guerra en el cielo

 

Muchos de los simpatizantes de Lucifer se mostraron dispuestos a escuchar el consejo de los ángeles leales y arrepentirse de su descontento para recobrar la confianza de Dios. Pero el rebelde declaró entonces que conocía la ley de Dios, y que si se sometía a la obediencia servil se lo despojaría de su honra y nunca más se le confiaría su excelsa misión. Les dijo que tanto él como ellos habían ido demasiado lejos como para  volver atrás, y que estaba dispuesto a afrontar las consecuencias, pues jamás se postraría para adorar servilmente al Hijo de Dios; que el Señor no los perdonaría, y que tenían que reafirmar su libertad y conquistar por la fuerza el puesto y la autoridad que no se les había concedido voluntariamente.

Los ángeles leales se apresuraron, a llegar hasta el Hijo de Dios y le comunicaron lo que ocurría entre los ángeles. Encontraron al Padre en consulta con su amado Hijo para determinar los medios por los cuales, por el bien de los ángeles leales, pondrían fin para siempre a la autoridad que había asumido Satanás.
El gran Dios podría haber expulsado inmediatamente del cielo a este archiengañador, pero ese no era su propósito. Daría a los rebeldes una justa oportunidad para que midieran su fuerza con su propio Hijo y sus ángeles leales. En esa batalla cada ángel elegiría su propio bando y lo pondría de manifiesto ante todos. No hubiera sido conveniente permitir que permaneciera en el cielo ninguno de los que se habían unido con Satanás en su rebelión. Si Dios hubiera ejercido su poder para castigar a este jefe rebelde, los ángeles subversivos no se habrían puesto en evidencia.
Todo el cielo parecía estar en conmoción. Los ángeles se ordenaron en compañías;  cada división tenía un ángel comandante al frente. Satanás estaba combatiendo contra la ley de Dios por su ambición de exaltarse a sí mismo y no someterse a la autoridad del Hijo de Dios, el gran comandante celestial.
Se convocó a toda la hueste angélica para que compareciera ante el Padre, a fin de que cada caso quedase decidido. Satanás manifestó con osadía su descontento porque Miguel había sido preferido antes que él.  Se puso de pie orgullosamente y sostuvo que debía ser igual a Dios y participar en los concilios con el Padre y comprender sus propósitos.

El Señor informó a Satanás que sólo revelaría sus secretos designios a su Hijo, y que requería que toda la familia celestial, incluido Satanás, le rindiera una obediencia absoluta e incuestionable; pero que él (Satanás) había demostrado que no merecía  ocupar  un  lugar  en el cielo. Entonces el enemigo señaló con regocijo  a  sus  simpatizantes,  que  eran  cerca  de  la  mitad de los ángeles  y  exclamó:  "¡Ellos están conmigo!   ¿Los expulsarás también y dejarás semejante vacío en el cielo?" Declaró entonces que estaba preparado para hacer frente a la autoridad de Cristo y defender su lugar en el cielo por la fuerza de su poder, fuerza contra fuerza.

Los ángeles buenos lloraron al escuchar las palabras de Satanás y sus alborozadas jactancias. Dios afirmó que los rebeldes no podían permanecer más tiempo en el cielo. Ocupaban esa posición elevada y feliz con la condición de obedecer la ley que Dios había dado para gobernar a los seres de inteligencia superior.

Pero no se había hecho ninguna provisión para salvar a los que se atrevieran a transgredirla. Satanás se envalentonó en su rebelión y expresó su desprecio por la ley del Creador. No la podía soportar. Afirmó que los ángeles no necesitaban ley y que debían ser libres para seguir su propia voluntad, que siempre los guiaría con rectitud; que la ley era una restricción de su libertad; y que su abolición era uno de los grandes objetivos de su subversión. Pero en realidad la felicidad de la hueste angélica dependía de su perfecta obediencia a la ley, y hasta el momento cuando Satanás se rebeló, había existido perfecto orden y armonía en las alturas.

Entonces hubo guerra en el cielo. El Hijo de Dios, es decir; Miguel, el Príncipe celestial y sus ángeles leales entraron a pelear con el archirrebelde y los que quisieron unírsele. Y Miguel salió vencedor, Satanás y sus seguidores fueron expulsados del cielo. Toda la hueste celestial reconoció y adoró al Dios de justicia.

 

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